sábado, 18 de diciembre de 2010

EL ENMARAÑADO COMPLEJO DE ELEKTRA IV

CAPÍTULO IV: UNA TE HARÁ GRANDE, LA OTRA PEQUEÑO (AL MENOS ACTUA COMO UN SER HUMANO)

¿Elektra?

―¿Si?, dime Angelito.

Ya estamos montados en su cuatrimoto encendida, lista para arrancar, cuando menciona, así, mi nombre, yo estoy abrazada a su delgado cuerpo, pues no me dan mucha confianza las motos. Siento como que está tenso, algo anda mal.
―¿Me podrías rolar una de tus pastillas?
―¿A qué viene eso ahora Angelito? Casi nunca te he visto tomar pastillas.
―Es que no me puedo quitar esa imagen de la cabeza
―¿Qué imagen?
―Toda esa gente muriendo, el tipo explotando sobre mí, su sangre, sus vísceras. –Angelito apagó con prisa la moto- ¡bájate Elektra!

Enseguida acato la orden. Estaba algo alterado. Él también se bajó y a un lado de la cabaña, en cuclillas, con una mano en la pared, se puso a vomitar. Lo veo de pie, extrañada. A veces olvido que los demás todavía guardan algo de humanidad. 

Después de saber lo de la masacre de soldados, mi único pensamiento fue que ese era un problema menos por el cual preocuparme y que la única repercusión podría ser que mandaran a un convoy o que si hubieran matado a Ángel no tendría forma de regresar a la civilización: puras cosas prácticas. 


Aún si hubiera estado ahí, seguiría pensando igual, porque de hecho ya he estado ahí, de pie, rodeada de cuerpos, pensando simplemente cual era la ruta de camión que me llevaría a mi hotel. Se me olvida que hay gente que todavía conserva algo de humanidad.
Angelito había llegado feliz de la vida, no porque no le interesara lo que pasó, sino porque no se había dado cuenta, iba tan arriba que no le había caído el veinte de lo que había sucedido. Sus pies están tocando la tierra, sus neuronas se están reconectando. El vómito es casi transparente y no parece querer dejar de salir.
―¿Hoy que te metiste?
―Marihuana.
―¿Nada más?
―Si –responde cesando. Nada más
―Toma. No creo que haya algún efecto secundario.
Le pongo la mano enfrente de la cara con la palma abierta con media pastilla y una píldora verdimorada.
―¿Qué me van a hacer? 

―La pastilla hará que las sensaciones desagradables se vayan, la píldora hará que las sensaciones agradables puedan entrar. Es lo único que necesitas saber.
Sin necesidad de agua y con la sed del beduino, traga los dos medicamentos sin chistar. 



―¿Cuándo me sentiré mejor?
―Desde ahora. Es paulatino. Es diferente que con las otras cosas que te metes. Tu conciencia seguirá intacta. Te sentirás puro como un bebé, libre de culpas, viviendo en el mundo real, sin preocupaciones y aún así manteniendo el mismo nivel de consciencia. –Tras ver que su expresión no cambia digo: Simplemente serás tú mismo pero sin sufrimiento.
―Si… creo que ya lo estoy sintiendo. Es lo que no me gusta de este medio. La gente muere todos los días ¿Lo sabías? Todos mueren, cada día, pero no lo vemos. Aquí lo hacemos frecuentemente. La gente muere Elektra. Tú y yo moriremos y podría ser como lo hicieron ellos, no quiero que eso me pase.

La gente normal tiene alguna reacción al ver morir a uno de sus congéneres, un ser querido, un inocente -aunque los únicos realmente sean inocentes sean los bebés-, un mamífero con grandes ojos, etcétera. Para mi es igual mientras siga viva, toda la reverenda vida me da igual, yo meramente quiero conservar la mía. Cuando alguien muere, muere una parte de ti. El mundo, que siempre es visto como nuestro, pierde algo, a nuestros ojos nosotros perdemos algo, pero para mí todo es igual, simplemente algunas de esas cosas que se mueven ya no lo harán. Un cambio, mi vida sigue inafectada, con las emociones 20 decibeles debajo de lo normal.
―Si la muerte viene sin avisar, lo único que nos queda es disfrutar cada momento de la vida. Ella vendrá y no avisará, lo mejor es afrontarla con dignidad, incluso con cierta normalidad.

No sé si lo noten, pero estoy siendo muy falsa en ciertas cosas, trato de hacerlo sentir mejor diciendo algo que no pienso, pero también hay pedacitos de mis verdaderos pensamientos en esas palabras, no puedo evitar que salgan, y es esa parte la que espero que no capte. No por completo.

―Si Elektra. Tienes razón.

Se levanta y me da un abrazo, aunque más bien se me deja caer. Su cuerpo, frío por el trauma, se comienza a poner tibio, imagino que por las pastillas.
―Vamos Ángel, tenemos que volar.
Subimos y arranca la moto. Ya está algo más tranquilo. No pasa mucho desde que comenzamos a andar y me dice.
―Elektra. Si esas pastas hacen que no te sientas mal, ¿Por qué las tomas todos los días? Tú siempre estás bien.
―Y lo seguiré estando mientras tome mis pastillas
―¿Te sientes mal todos los días?
―No. No mientras las siga tomando. –Anuncio rematando con una amarga sonrisa.
Las muñecas estamos vacías y si estamos rotas cualquier alimaña puede entrar y destrozarnos desde adentro, por ello las muñecas rotas tenemos que llenarnos de pastillas para que nada entre y para al menos actuar como seres humanos. 


¿Cómo puedo hablar así y decir que las pastillas no afectan mi consciencia si hace apenas un año, junto a papá, era una persona totalmente diferente? No me importa. Mis únicas dos opciones eran llenarme de pastillas o convertirme en un nido de ratas de porcelana fina. Creo que tomé la decisión correcta.  


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